¿Cuál es el virus terminal: la inflación o EPN?

¿Cuál es el virus terminal: la inflación o EPN?

Un virus, hasta entonces raro en México, sorprendió en 1973 a un sistema de políticos de colmillo retorcido: la inflación. En la cima del priísmo arrasador, Luis Echeverría, quien siempre necesitaba el aplauso de todos los comensales, convocaba a las cúpulas económicas y empresariales, para lucirse ante ellas con su equipo de operadores y cerebros.

 

Llevaba a los secretarios de Despacho a pontificar frente a ellos de todas las bondades y eficacias del aparato. Cuando creó el Consejo de Empresarios, secundando aquella decisión de Lázaro Cárdenas de hacerlos interlocutores del gobierno, Echeverría invitó a los operadores del sector político para que comparecieran ante ellos.

 

Miel sobre hojuelas, pensaron todos. Pero se trataba de disertar sobre el virus terminal, el que había caído sobre un cuerpo político indefenso y sin respuestas inmunológicas a mano para responder a ese desafío, desconocido, raro, fantasmal, que arrasaba con todos los fundamentos de la sociedad, y no se sabía ni qué era.

 

No sabían, porque eran los herederos de un sistema monolítico, venían del desarrollo estabilizador. De 1952 a 1970, los jerarcas hacendarios y del Banco Central, Antonio Ortiz Mena y Rodrigo Gómez, entre muchos otros que vivieron la gloria económica de la expansión, habían sido los héroes, los pilares de esa construcción.

 

No gastar más de lo que ingresa, fórmula de sentido común

 

Un crecimiento anual de 6.3% en el Producto Interno Bruto, una subida de precios de sólo 1.3% en todo ese período gigantesco, casi majestuoso, honra y prez de la Revolución, cual le llamaban los jilgueros oficiales y oficiosos, enmarcaba los frutos de un sistema que tenía que durar por todos los siglos posibles. No había otra alternativa. El PRI era el camino.

 

Lo que realmente pasaba, empero, era que los austeros y precavidos políticos que manejaban todo, que tenían el control de todas las temperaturas y el trapito para sus enfermedades, se manejaban con el criterio elemental con el que operaba el gasto doméstico cualquier ama de casa: no gastaban más de lo que ingresaba. Nunca ha habido otra fórmula.

 

Las obras, la inversión en el campo y en la infraestructura, el aliento al desarrollo regional, el gasto de los gobernadores, estaba sujeto a una lógica implacable: se destinaban sólo los excedentes, surgidos de un sistema impositivo recatado y de un mantenimiento austero de la administración. Los líderes latinoamericanos se extasiaban queriendo emular el llamado "milagro mexicano".

 

Banxico cumplía su función con maestría, honradez y eficacia

 

El Banco de México, manejado por auténticos guardianes de la virginidad económica del país, cumplía su función con maestría, honradez y eficiencia. Las reservas monetarias existían realmente en sus bóvedas, ahí se encontraban físicamente los lingotes de oro que testimoniaban y respaldaban todas las aventuras y desenfrenos. Ahora sólo existe encriptado en sus computadoras.

 

Pero Echeverría había pedido 16 mil millones de dólares a cargo de la deuda externa, y sucedió entonces algo impensable: había echado a caminar esquizofrénicamente "la maquinita de fabricar billetes", para solventar inversiones populistas a fondo perdido, que nadie le había pedido. Y ahora llegaba la pavorosa inflación, una invitada insospechada.

 

Economistas del Cono Sur aleccionaron a los mexicanos y...

 

‎Los profetas políticos, angustiados por la mala nueva para el sistema, pidieron a sus teóricos echaran mano de todos sus conocimientos para investigar el fenómeno inflacionario, pero éste era desconocido. Empezaron a reunirse con sus amanuenses, que debían saber dónde estaba la solución, para redactar las tarjetas salvíficas que requerían los patrones, los magos del pandero.

 

Se reunieron por horas eternas con los economistas egresados de la UNAM, no había más gente que pudiera tener las recetas para el discurso. Al final de las reuniones, los economistas tenían que reconocer que de eso no sabían, que en su escuela de procedencia no le habían puesto atención al fenómeno, simplemente porque era lejano y ajeno.

 

Los profesionistas de marras, rebasados, debían recurrir al consejo de los estudiosos de la materia venidos de las economías del Cono Sur, quienes eran asilados en México debido a los sangrientos golpes de Estado, chilenos, argentinos y brasileños, provocados en gran medida por la misma enfermedad inflacionaria que ya los aquejaba desde hacía años. Y sí, eran unos verdaderos expertos en el tema.

 

‎Forraron de argumentos a los economistas criollos. Para infortunio mexicano, les dieron la solución. Y los de aquí empezaron a cagar tinta, maravillando a los políticos de colmillo retorcido, quienes los contrataron de inmediato para su consumo personal. Las tarjetas fueron un éxito rotundo.

 

Entonces surgió el poder desmesurado de los noveles economistas

 

Los nuevos rasputines del sistema se solazaron en la ignorancia propia y ajena. Brotaron en ese embrujo teórico, los fascinantes conceptos de la "elasticidad de la oferta y la demanda", "el libre mercado", "las ganancias marginales" y decenas de zarandajas por el estilo, que fueron la base del nuevo reinado, en un país desconcertado, casi atónito.

 

Ahí surgió el poder desmesurado de los noveles economistas, que no sabían ni pío del funcionamiento político, de la realidad del sistema, pero se entronizaron para manejar las siguientes décadas de la política, la administración, la estadística, la economía, la deuda externa, las reservas, los nervios del aparato.

 

Tras JLP, los tecnócratas ganaron la partida a los políticos

 

Echeverría siguió gastando sin ton ni son. Llegó la devaluación del peso mexicano. Pero a pesar de ello, el golpe monetario sólo fue de siete pesos frente al dólar. A finales de ese sexenio fatal, el peso subió, de un valor de 12.50 a casi 20 por billete verde. Y así, Echeverría se fue al basurero de la historia, al fondo del desprecio de los mexicanos.

 

A pesar de todo, los políticos se manejaron de tal modo con las clientelas del aparato, que hicieron al PRI invulnerable a toda oposición. Consolidaron el jueguito y lograron que su partido pudiera soportar hasta los excesos de José López Portillo, quien se ahogó en "la abundancia" petrolera, para regocijo de los economistas que ya no quitaron el dedo del renglón.

 

JLP fue, como el mismo dijo, "el último Presidente de la Revolución". Ganaron los tecnócratas a los políticos. Y a partir de entonces...

 

Y los economistas incurrieron en los mismos errores que los políticos

 

‎Todo siguió igual. Los últimos cincuenta años el modelito es el mismo, sólo que tripulado por aquéllos economistas que habían sido invitados en 1973 al Banquete de Petronio. Las maquinitas de hacer billetes sin respaldo, el gasto superior a los ingresos, el crecimiento desmesurado de la burocracia, la pantagruélica deuda externa, la entrega desenfrenada del aparato productivo a los gabachos, ¡tooodo!

 

‎Nadie puso un alto a la supremacía de los teóricos del liberalismo individualista, que nos llevaron al fracaso. La escuela de la libertad de elegir, de Milton Friedman, inoculada en los cerebritos de los economistas poderosos e infalibles, desde Salinas de Gortari hasta Francisco Gil Díaz, han sido los verdaderos responsables históricos, sin que alguien los haya llevado al cadalso.

 

‎Pero nada de eso se compara con lo que han hecho los toluquitas, la expresión más ridícula y voraz de esa claque de bandidos. En sólo cuatro años de actuación nefasta, han devaluado la moneda mexicana en diez pesos por dólar, y lo que todavía nos espera, con las fraudulentas decisiones fiscales de los gasolinazos.

 

En sólo cuatro años han entregado todo, a cambio de nada. El sonsonete de devaluación, inflación, encarecimiento al tope, la demolición de la planta insutrial, manufacturera y de empleo, la demolición del campo, el robo descarado de Vi(rey)garay sobre las reservas auríferas, las vergüenzas diplomáticas y el asalto a mano armada son las consignas.

 

Transnacionales, empleadoras de los ex Presidentes mexicanos

 

‎La inflación, que llegó como un virus desconocido, es hoy --y desde hace rato-- la enfermedad terminal del sistema. Carcome las bases, el tejido social y cualquier apoyo posible a un gobierno de risotada y encono. Si a eso se añade la bestial corrupción que nos avasalla, esto no tiene alternativa, ni solución posible. Si a eso se añade, todavía más, la complicidad con los capos del narcotráfico, que produce ganancias inimaginables para los gerifaltes, esto es un círculo cuadrado perfecto.

 

A los toluquitas no les interesa. Si se derrumba todo, ellos se emplearán como los infames cacharpos de las empresas gabachas y japonesas a las que han enriquecido con sus babosadas. Los espera Avangrid, Iberdrola, OHL, Mitsubishi, Chevron, Exxo y demás. Igual que a Salinas y a Zedillo, a Calderón y a Peñita, es el camino que ya tienen recorrido.

 

Son las que les darán su pasaporte a la impunidad y a la inmunidad. Mientras el pueblo al que han masacrado con sus estulticias no diga otra cosa y tome por los cuernos la justicia.

 

¿O usted qué haría?, como dice el falaz EPN.