Electrocutarse en casa, riesgo ignorado pero muy latente

Electrocutarse en casa, riesgo ignorado pero muy latente

Foto: Unsplash y Pixabay

Para la mayoría de la gente, el trabajo y la manipulación de energía eléctrica es algo ajeno en su día a día, pero no por ello dejan de estar cerca de las corrientes. En este sentido, es común que las personas tengan accidentes por electrocución, a veces en situaciones cotidianas que nada tienen que ver con labores similares a las de un electricista.

 

Determinados incidentes pueden parecer menores e inofensivos, pues no pasan de una pequeña descarga. Aunque hay muchas situaciones así, algunas presentan mayores repercusiones por la intensidad del voltaje y los factores de riesgo como el padecimiento de enfermedades crónicas o estar en contacto con otros materiales conductores.

 

La realidad es que hay probabilidades de que los choques eléctricos pueden terminar en muerte si son muy intensos. Según datos oficiales de la Comisión Nacional de Vivienda (Conavi), en México cada año se dan aproximadamente 560 muertes por electrocución, el 31 %, es decir, 173, ocurren en casa habitación.

 

La Conavi también dio a conocer que 80 % de los hogares en el país no tienen las condiciones adecuadas en sus viviendas para evitar accidentes por choques eléctricos. Cada año hay un aproximado de 11,000 reportes de quemaduras en personas, de las cuales 8,960 ocurren en los hogares, mientras que de estas más de 8,000 incidentes, el 41 %, son de origen eléctrico.

 

Una de las razones por las que la gente se electrocuta con frecuencia es porque en casa, oficina u otro lugar de concurrencia, se tienen cerca aparatos eléctricos de baja calidad. Estos pueden provocar fácilmente una electrocución porque sus circuitos están mal conectados, tienen materiales defectuosos o están expuestos al contacto.

 

Los electrodomésticos están obligados cumplir con normas de seguridad entre las que se incluyen la garantía de protección contra choques eléctricos en su fabricación, aunque con materiales deficientes esto no se cumple. Por ello se deben llevar a revisión con regularidad, más si no son de marcas grandes o si ha pasado demasiado tiempo desde la primera vez que se usaron.

 

Otra de las causas más comunes es que las instalaciones eléctricas de una casa, habitación o edificio sean tan viejas como el lugar. Con el paso de los años, los cables de cobre, conectores, apagadores o clavijas se van deteriorando y se vuelven puntos potenciales para un corto circuito. Los conductores tienen una capa aislante que los protege del exterior para evitar accidentes, pero con el paso de los años este se quiebra y pierde su función.

 

Si a esto se suma que los materiales no cuentan con las certificaciones de seguridad o están mal instalados, aunque sean nuevos, el riesgo se hace más latente. Por otra parte, cuando las personas encargadas de llevar a cabo la instalación no están certificadas, incurren en prácticas negligentes y dejan puntos de fuga o conexiones mal hechas y sin apego a las normas de seguridad.

 

Hay temporadas cuando se demanda más el consumo de energía, como en navidad, ya que se colocan los árboles con series de luces y demás adornos que se usan año con año. Muchos de estos están equipados con contactos que facilitan la conexión en serie de unos con otros, lo que deviene en fallas o explosiones eléctricas por sobrecarga.

 

Las formas más comunes en las que una persona puede ser víctima de electrocución es cuando, por ejemplo, un niño se queda sin supervisión e introduce sus dedos en una toma eléctrica. La mayoría de los enchufes que van a baja altura están 30 centímetros por encima del suelo, lo que los deja al alcance de los menores, que tienen extremidades que caben en los orificios y entran en contacto directo con la electricidad.

 

Normalmente algunas personas tienden a querer arreglar conexiones o aparatos del hogar por su propia cuenta, sin llamar a un experto. Aunque puedan tener conocimientos básicos, hay averías que requieren la presencia de un técnico electricista. Hacer caso omiso ocasiona que, en el mejor de los casos, solo se reciba una descarga, mientras que en el peor, se den quemaduras en la piel o daño en los órganos y nervios.

 

Algo no tan común, pero que es relativamente posible, son las descargas por el uso del celular, aunque cabe aclarar que por sí solos no son mayor peligro porque únicamente tienen potencia de cinco volts.

 

Estos dispositivos se han convertido en herramientas de trabajo diario y al bajarse las baterías se usan mientras se están cargando. Hay riesgos principalmente si el teléfono está conectado y cerca del agua, ya que se puede dar una descarga. En Estados Unidos, China e Inglaterra, se dieron casos de muertes por electrocución de personas que estaban en la regadera con el celular conectado.

 

Daños al cuerpo humano

 

Hay varias maneras en que la electricidad daña a nuestro cuerpo. Las quemaduras son una, pero se dan de varias formas, como las que apenas son superficiales o de primer grado. Causan pequeñas ampollas en la piel, blanqueamiento de la zona afectada y dolor. Se pueden curar con tratamientos cutáneos y no lleva más de una semana sin dejar cicatrices.

 

Las de segundo grado enrojecen la piel, sacan ampollas más grandes y ocasionan que se pierdan fluidos, lo que la reseca. Cuando se pulsa en la parte quemada, la piel se torna blanca y puede tardar en curarse hasta una semana.

 

Las quemaduras de mayor cuidado son las de tercer grado, pues aunque en apariencia apenas dejen la piel roja, por dentro hay daño muscular, afectaciones a los nervios y a los vasos sanguíneos, aunque para estas es necesario la potencia de 1,000 voltios.

 

A parte de las quemaduras, hay afectaciones al sistema cardiorespiratorio. El corazón, al recibir una descarga puede sufrir un paro fulminante. Las personas que son hipertensas tienen complicaciones en el corazón con los músculos y con una descarga se potencia la probabilidad de padecer una fibrilación ventricular, que son movimientos anormales en los músculos de dicho órgano.

 

El sistema nervioso funciona con la recepción de pequeñas señales eléctricas con las que se regula el funcionamiento de varios órganos y otros sistemas. Uno de estos es el respiratorio, pues al atrofiarse los nervios la función respiratoria se interrumpe, ocasionando un paro respiratorio y muerte por asfixia.

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