El movimiento antivacunas, una amenaza para la salud pública mundial

El movimiento antivacunas, una amenaza para la salud pública mundial

Foto: Unsplash

El movimiento antivacunas, que rechaza o cuestiona la seguridad y la eficacia de las vacunas, ha cobrado fuerza en los últimos años, especialmente con la llegada de la pandemia de la covid-19 pero ahora con los brotes de algunas enfermedades que se creían controladas o erradicadas.

 

Sus argumentos generalmente están basados en falsedades, mitos o creencias personales; sin embargo, ponen en riesgo la salud de la población y favorecen el resurgimiento de estas enfermedades infecciosas.

 

Según la Organización Mundial de la Salud, las vacunas previenen entre dos y tres millones de muertes al año por enfermedades como el sarampión, la poliomielitis, la difteria, el tétanos, la tos ferina o la meningitis.

 

Sin embargo, el movimiento antivacunas ha contribuido a reducir las coberturas de vacunación en muchos países, lo que ha provocado brotes de algunas de estas enfermedades que habían sido eliminadas o controladas.

 

Por ejemplo, el sarampión, una enfermedad altamente contagiosa que puede causar complicaciones graves e incluso la muerte, registró en 2019 más de 870,000 casos y 207,500 fallecimientos en todo el mundo, el doble que en 2016.

 

 

La Organización Mundial de la Salud atribuye este aumento a la falta de acceso a las vacunas en algunos países, pero también a la desinformación y la desconfianza en las mismas en otros.

 

Otro caso es el de la poliomielitis, una enfermedad que afecta al sistema nervioso y puede provocar parálisis irreversible, la cual gracias a la vacunación masiva, se ha erradicado en casi todo el mundo, excepto en Afganistán y Pakistán, donde persisten algunos focos endémicos.

 

Sin embargo, en los últimos años se han detectado brotes de poliomielitis derivada de la vacuna en algunos países de África y Asia, debido a la baja cobertura de vacunación y a la circulación del virus vacunal atenuado.

 

La tos ferina, otra enfermedad respiratoria que puede ser mortal en los niños más pequeños, también ha experimentado un repunte en algunos países desarrollados, como Estados Unidos, Reino Unido, Australia o España, donde se han producido epidemias en los últimos años.

 

Los expertos también señalan que la disminución de la inmunidad de la vacuna con el tiempo, los cambios en los calendarios de vacunación y la falta de adherencia a las mismas son algunos de los factores que explican este fenómeno.

 

 

¿Por qué la gente no se quiere vacunar?

 

Los motivos que esgrimen las personas que se oponen o dudan de las vacunas son variados y complejos, pero se pueden agrupar en al menos cuatro categorías principales.

 

Algunas personas rechazan las vacunas por considerar que van en contra de sus creencias o valores, o por defender la libertad individual frente a la intervención del Estado.

 

Otras personas temen que las vacunas puedan causar efectos adversos graves o enfermedades como el autismo, el cáncer o la infertilidad, a pesar de que no hay evidencia científica que lo respalde.

 

El grupo más grande es el que duda que las vacunas funcionen o sean necesarias, sobre todo para enfermedades que se perciben como leves, poco frecuentes o inexistentes en su entorno.

 

También hay personas que desconfían de las fuentes de información oficiales o de la industria farmacéutica, y se dejan influir por teorías conspirativas, bulos o testimonios personales que circulan por internet o las redes sociales.

 

¿Qué consecuencias tiene el movimiento antivacunas?

 

El movimiento antivacunas tiene consecuencias negativas tanto para la salud individual como para la salud colectiva, pues las personas que no se vacunan se exponen a contraer y transmitir enfermedades que pueden ser graves o mortales, y que podrían evitarse con una simple inyección.

 

Por otro lado, las personas que no se vacunan ponen en peligro la inmunidad de grupo, que es la protección indirecta que se logra cuando una proporción suficiente de la población está vacunada, lo que impide la circulación de los agentes infecciosos y protege a los más vulnerables, como los bebés, los ancianos o los inmunodeprimidos.

 

 

Además, el movimiento antivacunas tiene consecuencias económicas y sociales, ya que los brotes de enfermedades infecciosas suponen un coste sanitario y una pérdida de productividad, y pueden generar discriminación o estigmatización hacia los grupos que se niegan a vacunar.

 

De este modo podemos decir que el movimiento antivacunas es un fenómeno que representa un desafío y una amenaza para la salud pública, y que requiere de una respuesta multidisciplinar y basada en la ciencia.

 

Las vacunas son una de las herramientas más poderosas y seguras para prevenir y combatir las enfermedades infecciosas, y su uso adecuado es un derecho y un deber de todos.

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