
El debate sobre el impacto ambiental de la producción de alimentos ha incorporado en la última década una alternativa con creciente atención: los insectos comestibles. A partir del informe "Edible insects, future prospects for food and feed security" publicado en 2014 por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), distintas investigaciones destacaron los beneficios ambientales de sustituir proteínas animales tradicionales por especies de insectos aptas para consumo humano.
Los datos disponibles indican diferencias importantes en el uso de recursos y en la generación de gases de efecto invernadero entre la ganadería convencional y la cría de insectos. Para producir un kilogramo de carne de pollo consumible, se generan 4,5 kilogramos de CO₂ equivalente. Por otro lado, la producción de un kilogramo de tenebrio —gusano de la harina— emite 2,8 kilogramos de CO₂ equivalente, lo cual representa una reducción relevante en las emisiones contaminantes asociadas a la obtención de proteínas.
Respecto al uso del suelo, los contrastes también resultan notables, ya que para obtener un kilogramo de carne de pollo, se utilizan 12,48 metros cuadrados de terreno. En comparación, criar gusanos de la harina requiere solamente 3,07 metros cuadrados por kilogramo. Esta diferencia sugiere una presión significativamente menor sobre los ecosistemas terrestres cuando se opta por la producción de insectos comestibles.
Desde una perspectiva de sostenibilidad, el ahorro en recursos puede interpretarse como una ventaja operacional. No obstante, su aceptación en diversas regiones enfrenta desafíos culturales y sociales. En países con tradición en la entomofagia, tales como México, China y Tailandia, el uso de insectos en la cocina ha formado parte de las costumbres alimentarias durante siglos. Estas experiencias ofrecen referencias prácticas sobre su integración en dietas humanas sin necesidad de complejas adaptaciones agrícolas o industriales.
Un aspecto adicional involucra el aprovechamiento del animal destinado al consumo. Mientras que en el ganado vacuno se aprovecha entre un 40% y 50% del cuerpo del animal, en especies como el cerdo y el pollo el rendimiento alcanza aproximadamente el 55%. En cambio, los insectos pueden ser utilizados en un rango que va del 70% al 100%, lo cual permite una mayor eficiencia en la conversión de biomasa a proteína utilizable.
Así, el modelo de producción basado en insectos también implica un consumo reducido de agua, sin requerir grandes instalaciones ni tecnologías costosas. Esto podría beneficiar a comunidades con acceso limitado a recursos hídricos o superficies extensas de terreno.
Finalmente, explorar nuevas rutas para alimentar al planeta sin agotar sus recursos naturales coloca a los insectos en un lugar destacado. Lejos de ser una curiosidad exótica, su cría representa un cambio de paradigma donde eficiencia, viabilidad ambiental y disponibilidad pueden coincidir en un mismo sistema productivo. (NotiPress)