La Tierra está frenando: los días durarán 25 horas en un futuro

La Tierra está frenando: los días durarán 25 horas en un futuro

Foto: Freepik

Durante siglos, hemos vivido convencidos de que un día dura 24 horas y lo asumimos como una verdad absoluta; sin embargo, la ciencia nos recuerda que ni siquiera el paso del tiempo es una constante. Nuevas investigaciones confirman que la Tierra está disminuyendo, lenta pero constantemente, su velocidad de rotación, lo que en un futuro lejano podría alargar nuestros días hasta alcanzar las 25 horas.

 

Este fenómeno no es nuevo, de hecho, el planeta nunca giró a un ritmo fijo, dado que hace más de 4,000 millones de años, cuando la Luna se formó tras un gigantesco impacto cósmico, la Tierra giraba tan rápido que un día duraba apenas 10 horas. Desde entonces, el planeta ha ido frenando su rotación, y no por casualidad, pues la principal causa es la fricción provocada por las mareas y el efecto de la atracción gravitatoria lunar.

 

A esta fuerza se suman otros factores como el movimiento del núcleo interno, el derretimiento de los glaciares y la precesión del eje terrestre, todos contribuyen a que la duración del día no sea una medida fija, sino una cifra que se ajusta a lo largo de los milenios. Según los registros geológicos y modelos astronómicos, este proceso lleva ocurriendo al menos 600 millones de años y, si todo sigue igual, dentro de unos 200 millones más podríamos vivir en un planeta con días de 25 horas.

 

Aunque esta escala temporal escapa a nuestra experiencia inmediata, las implicaciones serán profundas. Nuestra vida, como la del resto de los seres vivos, está marcada por ritmos circadianos, esos ciclos biológicos que regulan el sueño, la vigilia, el hambre o el estado de ánimo, y todos ellos están sincronizados con la luz solar. Cuando rompemos esa sincronía, como al cruzar husos horarios o trabajar de noche, los efectos que se sienten son la fatiga, insomnio y desajustes metabólicos.

 

Una hora extra en el día no es solo más tiempo, sino que puede significar una alteración total de ese equilibrio biológico. ¿Podría adaptarse nuestro cuerpo a un nuevo ritmo planetario? ¿O sería la sociedad, con tecnología, horarios artificiales y rutinas adaptadas, quien tendría que intervenir para mantener el equilibrio?

 

También cambiarían nuestras estructuras sociales y tecnológicas, desde los calendarios y los relojes hasta las jornadas laborales, todo podría requerir una reorganización. Lo que hoy damos por hecho es en realidad una construcción cultural, pero no una ley universal.

 

Y aunque pensemos que es un problema del futuro, este conocimiento tiene aplicaciones prácticas en el presente, por lo que comprender los cambios en la rotación terrestre es importante para ajustar relojes atómicos, perfeccionar sistemas de geolocalización como el GPS y desarrollar misiones espaciales con mayor precisión.

 

Todo en este planeta evoluciona, se ajusta, se transforma, y si algún día, si la humanidad aún está aquí, vivirá en una Tierra donde el reloj natural marca 25 horas.

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