
Durante más de dos décadas, Google ha funcionado como una especie de plaza pública digital, en donde uno escribía una pregunta y la respuesta venía en forma de enlaces que llevaban a periódicos, blogs, foros, páginas personales o a cualquier rincón de internet que tuviera la información que buscábamos. En ese escenario cada clic era una invitación a recorrer los pasillos de la web abierta. Era imperfecta, intrincada y a veces complicada, sí, pero esa era precisamente su riqueza, estar de frente a la diversidad de voces, estilos, intenciones.
Hoy, esa plaza está siendo desmantelada frente a nuestros ojos.
Google ya no quiere ser un buscador que enlaza, quiere ser quien da una respuesta única y esta es una diferencia enorme. Donde antes había rutas hacia múltiples voces, ahora hay un resumen uniforme creado por una inteligencia artificial. La web como espacio de exploración se está achicando, y lo que recibimos es una versión condensada, sin matices, de lo que alguien más escribió.
No es casualidad que los grandes medios están en crisis, porque el tráfico que antes llegaba desde Google está desapareciendo ya que los usuarios ya no tienen incentivos para salir del buscador, la respuesta se queda ahí, mascada, encapsulada. La ironía es brutal, porque mientras durante años los medios vivieron de adaptarse a las reglas de Google (el SEO, los titulares optimizados, las palabras clave) y ahora que lograron dominar ese juego, Google les cambió el tablero.
El golpe no es menor, ya que hablamos de pérdidas de hasta 40 o 50% de tráfico en medios históricos, lo que significa menos suscripciones, menos publicidad y, en última instancia, menos periodismo. Porque sí, detrás de esa pérdida de tráfico en línea hay empleos, redacciones, imprentas, voces que dejan de contarse y mientras tanto, Google recubre todo con un discurso amable, argumentando que los clics son de “mayor calidad”, que la gente “está más satisfecha”. Es la misma estrategia de siempre, minimizar el problema mientras ajusta sus modelos para colocar anuncios dentro de esos resúmenes de IA.
Hoy lo que más preocupa no es solo el modelo de negocio de los medios, sino el modo en que se está reconfigurando la realidad. Millones de personas formulan sus preguntas directamente a una inteligencia artificial, sea en Google, en ChatGPT o en Perplexity. La fuente ya no importa, lo importante es la respuesta. Pero en esa aparente eficiencia se cuela el riesgo más grande, la distorsión intempestiva de la realidad.
Si todo lo que sabemos nos llega filtrado, resumido y editado por un algoritmo, la frontera entre verdad, interpretación y manipulación se vuelve borrosa.
La página de resultados de Google, con sus enlaces y jerarquías discutibles, al menos tenía un aire democrático. Podías saltar de CNN a un blog personal, de un foro en Reddit a un PDF académico. Hoy, esa experiencia se reduce a un párrafo pulido que decide por ti qué vale la pena leer.
La diversidad de la web (el pilar que sostuvo la cultura digital) se está desmoronando.
La paradoja es que Google, en su ambición de control, también corre riesgos. Si los medios se desangran y dejan de producir contenido de calidad, ¿qué materia prima tendrá la IA para seguir alimentándose? ¿De qué sirve una inteligencia que responde si ya no quedan suficientes voces que nutran sus respuestas? El buscador que prometió organizar el conocimiento del mundo parece ahora más interesado en apropiárselo.
En este panorama incierto, las demandas legales contra Google son apenas el síntoma de algo más profundo, la lucha por el futuro de la información.
Hoy más que nunca, la construcción de redes de apoyo y espacios independientes será vital y no solo porque el modelo de negocio de los medios está en juego, sino porque lo que entendemos como “realidad” puede ser reconfigurado a la medida de unos cuantos algoritmos.
Si dejamos que eso pase sin resistencia, lo que habremos perdido no será tráfico, será nuestra capacidad de ver el mundo desde más de una ventana.
Sígueme en twitter como @carlosavm_