La vulnerabilidad de la música en México

La vulnerabilidad de la música en México

Hablar de creatividad siempre ha estado rodeado de cierto romanticismo barato, porque ser artista, músico o cualquier híbrido creativo suele venderse como un acto de libertad absoluta en donde puedes “hacer lo que amas”, “ser tu propio jefe”, “vivir de tu arte”, un guiòn que actualmente ya me parece muy gastado. Pero quienes hemos estado, aunque sea de reojo, en algún proyecto musical o cultural sabemos que esa libertad es más bien un espejismo administrado antes por cadeneros culturales (disqueras, curadores de arte, productoras de cine etc), mientras que hoy es cuestionada por algoritmos y plataformas que cambiaron a esas viejas cadenas por unas más silenciosas, pero igual de demandantes.

 

Por eso cuando llegó a mi el informe “Precariedades estructurales y factores de riesgo en la música mexicana”, elaborado por Múpsica, una plataforma centrada en salud mental y acompañamiento para creativxs, me llamó la atención de inmediato. No porque dijera algo completamente nuevo, la mayoría de quienes hemos rondado el sector sabemos un poco de estas historias, sino porque por fin alguien lo sistematizó y nos entregó una investigación a fondo al respecto.

 

En Administraciòn pública dicen que lo que se mide, se puede mejorar, pero en este caso, este acercamiento sólo nos arrojó datos contundentes que se deben de reflexionar ya que, lamentablemente, los resultados son un espejo incómodo.

 

Para empezar, el 68% de las personas encuestadas se asume como freelance y es que aunque la “gig economy”* se vende como flexible y moderna, la realidad es otra; trabajar sin contratos, sin seguridad social y sin prestaciones no debe ser considerada como libertad, más bien es el reflejo de la vulnerabilidad estructural que sabemos todos, pero pocas veces lo decimos en voz alta.

 

Luego está la geografía, en donde Ciudad de México y Estado de México concentran casi todo. El resto del país, como tantas veces, queda viendo desde la ventana cómo se mueve una industria que, por diseño o por inercia, sigue centralizada. Tal vez algún día nos animemos a aceptar que el talento no nace solo en las capitales, pero eso requiere voluntad, cabildeo y presupuesto.

 

Otro hallazgo que parece virtud pero no lo es, apunta a la cultura del “todólogo” ya que ese 68% que cumple múltiples roles no lo hace por versátil, sino por necesidad. Aquí saber grabar, producir, mezclar, promover y hasta cargar bocinas es una estrategia de supervivencia. No hay nada glamoroso en eso, solo cansancio, ansiedad y un desgaste mental que se normalizó tanto que ya nadie lo cuestiona.

 

La inestabilidad económica aparece como el factor de estrés número uno. A nadie debería sorprenderle, porque vivir con la incertidumbre del próximo pago, o de si llegará, es parte del uniforme invisible del músico independiente. 

 

Sin embargo, lo más fuerte del informe es la contradicción más humana debido a que el 80% dice que la salud mental es urgente, pero solo 34% va a terapia. No porque no quieran, el 51% afirma que le gustaría asistir, sino porque hay barreras reales como el costo, falta de tiempo, estigma, agotamiento. Una industria entera consciente del problema pero sin las herramientas para atenderlo.

 

Hay, eso sí, una oportunidad dentro del diagnóstico y es que es un llamado a reorientar la cultura del medio. Recordar que la música es arte antes que negocio, que la colaboración debería pesar más que el ego, que el abuso no es parte del “pago en especie” que muchos normalizaron. Hablar de ética en la música mexicana suena raro para algunos, pero lo más raro debería ser seguir ignorándolo.

 

Quizá por eso creo que este informe llega en el momento justo, porque desde muchos ámbitos nos siguen presionando con una narrativa en donde se señala al sector mexicano como una veta de oro, sin embargo, no consideran que las ganancias, se siguen quedando en unas cuantas manos. Por ello nos toca, como artistas, promotores, locutores, reporteros y público, asumir que perseguir el sueño se ha vuelto cada vez más precario y que la única salida posible, si queremos aspirar a que esto sea una industria y no hobby colectivo para la gran mayorìa, es la profesionalización real. No para imponer jerarquías, sino para garantizar espacios de convivencia y trabajo que no devoren a quienes los habitan.

 

Al final, de eso va la música, y en general el arte, de sostenernos entre todos y lo demás, aunque suene duro decirlo, es ruido (y no del bueno).

 

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