El clima de inseguridad que se vive en Puebla y en gran parte del país genera un impacto psicológico profundo y duradero, que afecta tanto a quienes han sido víctimas directas de un delito como a su entorno y a la población en general.
Especialistas señalan que hay tres niveles de afectación psicológica derivados de la violencia delincuencial.
En el primer nivel están las víctimas directas de delitos como asaltos, secuestros, extorsiones, violencia sexual u homicidios de un familiar, quienes presentan con mayor frecuencia Trastorno De Estrés Postraumático (TEPT), depresión mayor, ataques de pánico, abuso de sustancias e ideación suicida.
El segundo nivel corresponde a víctimas indirectas, familiares, amigos o testigos, quienes suelen desarrollar duelo complicado, ansiedad elevada, culpa del sobreviviente o Trastorno de Estrés Postraumático vicario; por cada víctima directa, entre 4 y 8 personas más resultan emocionalmente afectadas.
El tercer nivel abarca a la población general que, aunque no haya vivido un delito de manera directa, habita en entornos dominados por la criminalidad. En estas comunidades se observan síntomas como hipervigilancia crónica, ansiedad generalizada, miedo anticipatorio, insomnio, irritabilidad y una percepción distorsionada del riesgo, lo que deriva en una “fatiga de miedo” constante.
Y precisamente hablando de este sector, que nunca ha sido víctima directa de algún delito, también presenta trastornos, entre que destacan:
Ansiedad crónica por anticipación: La persona vive en estado de alerta permanente, revisa cerraduras 5 veces, evita salir de noche, no usa cajeros automáticos, entre otras acciones.
Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG): Estudios en Ciudad de México, Puebla, Tijuana y Monterrey encontraron que entre el 18 y 28 % de la población adulta cumple criterios clínicos de TAG, y la percepción de inseguridad es el predictor independiente.
Síndrome de estrés colectivo o “trauma social”: Sensación colectiva de vulnerabilidad, desconfianza generalizada hacia los demás, apatía cívica y resignación.
Depresión “reactiva” al entorno: En zonas donde el 80 % de los habitantes cambió sus rutinas por miedo, se observa mayor prevalencia de síntomas depresivos leves-moderados cómo anhedonia, aislamiento social o desesperanza.
Consumo de alcohol y sustancias como automedicación: En los estados más violentos, el consumo riesgoso de alcohol en adultos aumentó entre un 25 y 40 % en la última década, y parte importante se asocia al estrés por inseguridad.
De acuerdo con expertos en salud mental, la violencia no solo eleva los indicadores delictivos, sino que deteriora de forma progresiva el tejido social y emocional. Advierten que el impacto psicológico acumulado se convierte en un problema de salud pública que requiere atención especializada, campañas preventivas y un fortalecimiento de los servicios comunitarios.
